Orlando El fenómeno Cruz enfrenta en octubre a Orlando Siri Salido. “El fenómeno”, originario de Puerto Rico, no sólo aspira a ser campeón mundial peso pluma de la OMB. Busca también ser el primer boxeador abiertamente homosexual  en ganar un título mundial. 

La primera parte ya es suya. Por lo menos en los altos niveles del boxeo profesional, no hay más peleadores que como Orlando hayan “salido del clóset”. La segunda parte, la de ganar el título no depende sólo de él sino de lo que ofrezca el mexicano Siri Salido en la competencia por el cinturón, y es como sabemos un duro contendiente. 

Sin embargo, hoy, Orlando Cruz es sólo el pretexto para estas líneas. Porque su declaración de homosexualidad tuvo ecos positivos. Muchos aficionados y medios festejaron la valentía del puertorriqueño. Lo que no hubiera pasado años antes. En los años 60, por ejemplo. Hubo quien no obtuvo la aceptación de El fenómeno. Tal vez de haberla tenido, su vida y la de otros seres humanos a su alrededor habría sido mejor.

Emile Griffith era un boxeador afroamericano, peleador welter y después mediano. Campeón mundial del CMB en ambas divisiones y monarca no totalmente reconocido de la entonces inaugurada división de los medianos junior. Enfrentó, entre muchos otros, a grandes de Latinoamérica como Carlos Monzón y Mantequilla Nápoles…ah, y  como nota al margen: era bisexual.

En esa época declarar preferencias sexuales distintas era un suicidio profesional y un estigma social que no se lavaba ni disimulaba. Eran tiempos más duros, menos tolerantes con ciertas cosas. No importaba que el señalado fuera un rudo campeón mundial. No importaba nada, ni entonces ni después. En 1992, inclusive fue atacado a salir de un centro nocturno gay en Nueva York. Se dice que estuvo al borde la muerte,  y aunque nunca se confirmó que se tratara de un crimen de odio homofóbico – ¿Si lo hubieran atacado por ser negro habría sido más o menos grave?-, fue un episodio que coronó una vida desarrollada en el mundo de la violencia. Aunque no fue el más doloroso para Griffith.

Él carga una muerte en su conciencia. 

1962, el rival: El cubano Benny Kid Paret. Era su tercer enfrentamiento. En el segundo choque Paret le había arrebatado el título a Griffith. Pero las furiosas embestidas del retador aquella noche no fueron provocadas por el deseo de recuperar su cinturón. Había algo más doloroso.

En la ceremonia de pesaje, el cubano le gritó “maricón” a Griffith. Dicen que lo tuvieron que detener para no empezar la pelea ahí mismo. ¿Conocía el cubano la vida privada de su oponente? No sabemos. Aunque no es raro que entre vestidores se corran rumores. 

“Estaba harto que la gente me llamara maricón (faggot)”, dijo el anciano Griffith años después  a una entrevista al New York Times
“…lo que me dijo tocó algo dentro de mí”.

En el sexto round la campana salvó a Emile de perder. Si hubiera caído unos segundos antes ahí habría acabado todo. Pero la pelea llegó al round doce. Emile acorraló a Paret contra una esquina, sus puños volaban por el aire para estrellarse en la cabeza del Kid. El cuerpo del cubano se desconectó, podemos verlo en las imágenes que la ABC transmitía esa noche por televisión. No caía porque los golpes de su rival lo mantenían de pie contra las cuerdas. Emile arremetía  poseído por algo. Tiempo atrás el americano diseñaba sombreros para mujeres, le gustaba hacerlo, esa noche sus manos no eran ya las que tejían accesorios, eran mazas de guerra, garras de tigre que destrozaron la vida de Peret. El réferi tardó en parar el combate. Cuando interrumpió por fin el frenesí de Emile, el cuerpo de su rival fue resbalando lentamente hasta el piso. Diez días después había muerto.

Griffith nunca se recuperó. No volvió a pelear con la misma convicción. Él mismo dice que no podía evitar tratar a sus rivales con más cuidado. Golpeaba menos, comprensible, boxear es difícil con un cadáver en la espalda. 

Muchos años después recibió el perdón del hijo de Peret. Griffith rompió en llanto al abrazarlo pidiendo perdón. El momento fue captado en el documental Ring of Fire de Dan Klores y Ron Berguer

Benny Peret no fue el primer boxeador que acabó su vida en el ring. Emile Griffith no fue el primer boxeador que convirtió sus manos en verdugos...Desgraciadamente eso para a veces en el box, ¿no? Para Griffith esto no tenía sentido: “Mato a un hombre y la mayor parte de la gente me comprende y me perdona. Pero amo a un hombre y mucha gente dice que es un pecado imperdonable, que eso me hace una persona perversa”.
 
Era una bicicleta hermosa, nueva. Años después, en la cumbre de su carrera, ese pequeño montón de fierros no parecería más que un juguete cualquiera, quizá hasta corriente, algo que podría comprar con el dinero de su cartera…pero aún no era el momento. Con doce años encima, ese regalo era una joya valiosa. Era un auto deportivo, un tesoro y ahora había desaparecido.

Pequeño y de piel negra, el niño era quizá unos de los eslabones más bajos de la cadena alimenticia de Louisville Kentucky. Dentro de su cabeza daba patadas a los edificios y puñetazos a las rejas mientras buscaba a la policía para denunciar el robo.

El oficial Joe Martin sintió un jalón en la manga: Un niño negro de doce años que escupía palabras como arma automática, palabras furiosas que sin embargo no dejaban de ser un berrinche infantil. 

Para Joe una bicicleta robada era una aguja en un pajar. Estaba perdida, punto. “Debes defenderte solo”, dijo Joe Martin después de fingir un par de horas que ayudaba al niño a buscar a los ladrones. Era un consejo honesto. En sus condiciones el jovencito no podía aspirar a mucho más que a contar consigo mismo. Joe pensó un momento. El pequeño tenía un encanto inusual, una ingenio agudo pero en bruto, algo disimulado por un toque de timidez que parecía cubrir su agresividad encapsulada. 

Aquí el momento místico, el pequeño evento que desató el resto. Joe además de policía tenía un gimnasio de boxeo. Un impulso inusual -¿El destino?- lo hizo invitar al infante a entrenar con él.

“Voy a dar darle una golpiza a quien robó mi bici”

Joe sonrío divertido, no por las palabras sino por el tono en que lo dijo: violento, seguro, sonó a un hombre mucho mayor.

“Seguro lo harás Cassius, sé paciente”.

Mohammed Alí no ha encontrado al ladrón todavía. Pero si los pensamos, aquello fue una ganga: 

Una bicicleta nueva a cambio del glorioso destino de ser uno de los boxeadores más grandes de la historia.
 
¿Qué se siente matar a un hombre?

Cualquiera que pueda responder basado en su propia experiencia, es una persona diferente a la mayoría. 

Lupe Pintor y Johnny Owen se enfrentaron en diciembre de 1980 en el Olympic Auditorium de Los Ángeles. El cetro gallo del CMB estaba en disputa. Era una gran oportunidad para Owen, hasta entonces campeón europeo y de la Mancomunidad Británica de Naciones.

Con 24 años, el boxeador galés se presentaba como un retador inusual: Cuerpo, brazos y piernas de varillas, con orejas roedoras y piel de blancura láctea. Cuentan además que era un hombre discreto, callado y hasta tímido…fuera del ring.

Pintor, ídolo de Cuajimalpa y México era todo lo que se esperaba de un gran boxeador mexicano de la época. “El Grillo” había conjurado en sus guantes toda la crudeza de sus primeros años de vida, marcada por un padre violento, pobreza, abusos  y hasta una temporada viviendo en las calles de la ciudad.

El combate de esa noche sorprendió a más de uno. El esquelético Owen se lanzó contra Pintor con una seguridad y una furia incompatibles con su apariencia y personalidad. Y es que Johnny era un guerrero terco y arrojado.

Pero la sorpresa del inicio fue sólo eso. Con el pasar de los rounds, el mexicano empezó a ganar ventaja, y por fin, en el noveno asalto, el europeo cayó por primera vez.

Lupe Pintor relata que en alguna ocasión, peleando en San Antonio contra Gaby Cantera, recibió un golpe que lo mandó a la lona. Horas después despertó en la regadera, con un gran hueco en su memoria, pensando que había perdido. Error, su chofer le informaría después que Pintor se levantó y noqueo a su rival. “Creo que así le pasó a Johnny Owen” comenta en una entrevista para La Jornada. Al ver el video de la pelea eso parece. El europeo se lanza en automático, agotando cada gramo de fuerza restante, exhausto, pero imparable.

En el doceavo round, un golpe fulminante de Lupe derribó a Owen, era un títere al que le han cortado los hilos. No despertaría jamás. Después de semanas en coma, falleció en el hospital. Guadalupe Pintor se conmocionó más que en cualquier combate, quizá fue hasta entonces que exorcizó toda la violencia de su pasado. 

Owen se volvió un mártir del ring. Tanto era su espíritu que el corazón no le siguió el ritmo, lo rebasó, y no se detuvo  hasta entrar al oscuro misterio de la muerte. Para consolidar su transformación en héroe trágico, Lupe Pintor develó una estatua en su honor en Merthyr Tydfil, pueblo natal del galés. 

El campeón mexicano carga con la tragedia hasta el presente. El perdón de la familia de Owen y el dictamen médico que responsabiliza del accidente a una malformación craneal, no son suficientes para calmar al Grillo.

¿Qué se siente matar a un hombre? ¿Qué se siente matar a un hombre con tus propias manos? ¿Qué se siente matar a un hombre que se ganó tu respeto y que se portó como un caballero?

No quiero tener esas respuestas jamás. 

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