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Pues sí, este no es contenido original y lo lamentamos mucho. Pero antes de escritor, soy aficionado y aprendiz. Navegando por la web alguien recomendó mucho este ensayo de Springs Toledo, que en unos cuantos párrafos recorre desde el vínculo entre los gladiadores romanos y los boxeadores, hasta la relación religiosa de los combatientes, resultado de su inevitable choque con la realidad apabullante y temible de ser lastimado una y otra vez en la lucha por la victoria.

Pensamientos maravillosos que sobre todo desnudan la vulnerabilidad interior del peleador, en contracorriente de la mayoría de nosotros que resaltamos su valor, su arrojo o sus historias y condiciones materiales. Springs va más allá, habla de sus almas.

Para rematar, por aportación de Sparring, un video acompañado de una gran canción, sobre el sufrimiento dentro del cuadrilátero. Que empieza con una escena entrañable: La esposa de Miguel Cotto diciendo que le duele verlo pelear, y a Cotto respondiendo: Es lo que sé hacer amor "¿Qué otra cosa puedo hacer?, un beso, y una expresión de llanto ahogado. ¿Qué otra cosa puedo hacer?".

Disfruten. 

                          ...


Por Springs Toledo

de The Sweet Science


Texto original en inglés: 
http://www.thesweetscience.com/news/articles-frontpage/16959-somebody-up-there

"No soy ni santo ni pecador. Soy un gladiador."
                                                                                                    Sugar Ray Robinson



Hace dos mil años, la primera campana que llamaba a los gladiadores al centro del ring, no era ni siquiera una campana. Era el  largo y profundo sonido de un instrumento de viento de la antigua Roma llamado tibia. La tibia también se escuchaba durante sacrificios públicos y funerales, de forma similar a las campanas de ahora,  son usadas en las iglesias cuando hay que contar muertes.

El rugido de la multitud en el Anfiteatro Flaviano se escucha aún en el MGM Grand. Es un eco del tiempo.

Las palabras de Virgilio nos lo hacen saber:

Ahora,  que cualquier hombre con corazón,

con fuego en el pecho, dé un paso al frente –

Que levante sus puños, envueltos en  guantes de cuero crudo.

Las palabras del poeta romano están en la Eneida, que fue escrita entre el año 29 y 19 AC. Hoy, también están escritas en una pared del Gimnasio Gleason en Brooklyn.

El peleador  sale a escena como siempre lo ha hecho, intentando hacerle al oponente lo que el oponente quiere hacerle a él, y primero. Los pacifistas no necesitaron buscar mucho para encontrar argumentos a favor de abolir el box, el más fuerte de ellos no es que sea el deporte más peligroso (no lo es), sino que la intención de sus participantes es infligir daño: “Golpes limpios” es el primero de los cuatro criterios típicos de los jueces para puntuar tarjetas de cada round. Eso es lo que separa al boxeo de otros deportes, incluyendo las artes marciales mixtas. Aunque el índice de lesiones en el así llamado “salvaje arte”[1] excede al del boxeo, los traumas craneales son menos frecuentes en el octágono, porque tienen más opciones para acabar el pleito rápido. Las sumisiones parecen brutales, pero son, de hecho, más seguras que el nocaut. El peleador de MMA sometido sólo tiene que rendirse para terminar su sufrimiento. El boxeador no tiene opción. Tiene que esperar que detengan la pelea, o simplemente recibir un golpe en el mentón, porque rendirse lo dejaría marcado por el resto de su vida.

La carrera de Ray Arcel como entrenador lleva décadas. “Sólo una vez”, recuerda, “tuve un peleador que me dijo que quería rendirse; me dijo ‘Voy a rendirme este round.’ Yo dije, ‘No puedes. Hay gente aquí. Pagaron para ver estos combates.’” Arcel lo levantó del banco y lo mandó a pelear round tras round. So peleador no iba a renunciar;  en lugar de eso, maniobraba para llevar al oponente hasta su esquina. “¡Ray!”, gritaba sobre su pupilo cuando estaba cerca. “¡Tira la toalla!”

La cultura del boxeo no sólo es más vieja que la de las artes marciales mixtas, es más dura. Ha engendrado un ideal cercano al de los gladiadores de la antigua Roma, que lleva al boxedor a arrastrarse hacia el peligro cuando sabe que no ganará, y a levantarse cuando ya no puede hacerlo. Hay perturbadores imágenes de peleadores que debieron renunciar y terminaron apenas conscientes en sus banquillos, esquivando golpes invisibles cuando la pelea ha terminado, o yaciendo de espaldas en la lona, con los párpados enloquecidos,  golpeando al aire. A veces algo se quiebra en sus mentes. Cuatro días antes de que Bob Olin tuviera que defender su título de los pesos pesados, Arcel entró en su habitación de hotel y lo encontró parado ahí en medio, con su pantalón puesto sobre la pijama, y usando una gabardina. “Voy a morir, voy a morir,” lloriqueó Olin. “No sé qué me pasa. Voy a morir.” Arcel lo metió en cama y le llevo leche caliente. “Acaricié sus manos y su frente y le hablé como si fuera un bebé.”

El entrenador, autor, humanista y comentarista de Friday Night Fights de ESPN, Teddy Atlas, entiende el ideal del púgil. Sostiene que el boxeador no es tan confiado como se asume; que es en realidad muy inseguro porque actúa contra su instinto de auto preservación – hace algo “antinatural.” “¿Sabes? los peleadores no te dicen cuando tienen miedo”, dice Arcel. “No intentan decirte lo que les pasa por dentro. Vomitan en el vestidor, y dicen que debió  ser algo que comieron.” Dejar el vestidor en noche de pelea es lo peor. Cubierto en un manto que se siente como velo mortuorio, el boxeador entra al ring, llevado por el entrenador, como un hombre condenado que entra al cuarto de ejecuciones, guiado por un sacerdote.

Algunos peleadores se distraen a sí mismos con bravura falsa. Otros se rodean con conocidos como cobijas para sentirse seguros: amigos avanzan en fila tras él. Usan ropas étnicas. Música patriótica. Cuando Holman Williams caminó hacia un ring en Baltimore para enfrentar el temido  Cocoa Kid en 1940, Joe Luis y Jack Blackburn caminaron con él. Si eso no fuera suficiente, llevaba un misterioso símbolo bordado en el frente de su bata y las palabras “LO HARÉ” atrás. En años recientes, raperos han acompañado a los campeones en su ruta hacia el ring para llenar sus oídos con valor. (Justin Bieber siguió a Floyd Mayweather recientemente, aunque no encuentro explicación para eso.) Fanáticos del boxeo de más edad podrán recordar a un boxeador que interpretaba su propio rap en un desfile de alardeo. Lo que los fans tal vez no recuerden, es que el desfile empezó después que uno de sus rivales acabó ciego e incapacitado en una silla de ruedas.

No es difícil de entender en realidad. La verdad sobre la existencia encuentra su camino a la claridad cuando estás de espaldas bajo las luces y no hay a donde mirar más que hacia arriba. Si esas luces están en una arena, un asilo de ancianos, o en una calle de Chicago, no importa; todos las veremos eventualmente. En ese sentido, el boxeador es un representante preparando el camino para todos nosotros. Tendrá confianza en sí mismo hasta que se dé cuenta que no es suficiente. Sus habilidades y virtudes se anulan por un parpadeo inoportuno y un golpe que no vio tan fácilmente como el poder del pensamiento positivo desaparece cuando llega La Muerte. Es una verdad horrible. La cultura pop entendió mal, nuestro destino, finalmente no está en nuestras manos. Es un giro de dados, un juego de azar, un golpe de suerte.

¿O no es así?

Los dos mejores peleadores de la actualidad no se consideran afortunados; se consideran bendecidos. Después de que el campeón súper mediano Andre Ward venció al entonces rey peso ligero Chad Dawson, le preguntaron sobre el peligro que derrotó. “Dame cinco segundos”, interrumpió Ward “Yo quiero agradecer a mi Señor y Salvador Jesucristo y a toda la gente que ha orado por mí para esta pelea.” Mayweather, después de derrotar a Robert Guerrero, dijo “Primero que nada, quiero agradecer a Dios por esta victoria.”

Las personalidades difíciles no se resisten tampoco. Las personas así suelen ser noqueadas más que el resto, evitándonos tener que mirarlos hacia arriba. Roberto Durán alcanzó la cima de su desagradable esplendor cuando derrotó a Sugar Ray Leonard, sólo para caer del cielo como Lucifer cuando se rindió en la revancha. Se levantó de nuevo en 1983, cuando se encontró en el ring con el campeón mediano y favorito tres a uno, Marvin Hagler; un ominoso reto, más grande y más fuerte que cualquiera que hubiera enfrentado hasta entonces. Justo antes de que sonara la campana, Durán hizo algo inusual – se persignó.

El boxeador rezando ha sido común por lo menos desde el inicio de los tiempos modernos en 1920. Harry Greb era miembro del Liceo de Pittsburgh, fundado por un sacerdote romano católico, que donó miles a su parroquia y rara vez boxeaba o entrenaba en domingo. Su sucesor en el trono mediano fue Tiger Flowers. Flowers era conocido como “El Diácono”, y dijo al Atlanta Constitution que se tomaba tiempo después de todas sus peleas para “agradecer a Dios por la fuerza que me guió hasta el final”. Cuando Ezzard Charles derrotó a Joe Louis, dijo que su abuela le pidió que dijera, “Quisiera agradecer a Dios por darme la fuerza y el valor para ganar la pelea.” Henry Armstrong, caminó al Harlmen Club para celebrar la segunda de sus  tres coronas. Después de que el gerente lo felicitó, sintió “un extrañó toque en su hombro”. Dijo que era Dios. Después de eso, acabó por irse solo después de sus peleas para orar. Fue ordenado ministro baptista en 1951 y escribió una autobiografía titulada Guantes, Gloria, y Dios.

Sugar Ray Robinson no era excepción. “Creo que por sí mismo un hombre no puede hacer nada”, dijo, “que necesita a Dios para guiarlo y bendecirlo.” Cuando se retiró del ring y probó en el mundo del espectáculo, hizo un juramento para permanecer así. “Pretendocumplir,” le dijo a un sacerdote franciscano en 1955, a pesar de que su nueva profesión había sido un fracaso. “Pero debo miles. Quiero pagar mis deudas, pero no puedo hacerlo si soy un bailarín.” El padre Jovian Lang le aseguró que su talento en el box era un don del Creador y que estaba bien regresar al ring. Con el boxeador de rodillas, el padre lo bendijo para protegerlo de todo mal, y para fin de año, Sugar Ray se preparaba para enfrentar al campeón mediano para reclamar su vieja corona. Un reportero estaba en el vestidor veinte minutos antes de la pelea. Notó que todos caminaban con cuidado y hablaban bajo “casi como un fuera un funeral” mientras el peleador chupaba un cubo de hielo y esperaba como un hombre antes de su ejecución. El reportero se sorprendió al verlo besar una cruz de plata que estaba colgada en el interior de sus pantaloncillos.

Sugar Ray logró noquear en el cuarto round, y lloró todo el camino hasta el vestidor.

Dos años después, perdería el título contra Gene Fullmer y entrenaba para la revancha cuando un miedo familiar lo dominó. El padre Jovian recibió una “llamada de auxilio” de su esposa. Sugar Ray “estaba prisionero, espiritualmente,” dijo. “Su confianza comienza a trastabillar.” El padre y el pugilista de treinta y seis años tuvieron varias reuniones privadas en las semanas previas a la pelea. Cuando el sacerdote supo que el encuentro sería el primero de mayo, en la festividad de San José el Trabajador, realizó un rezo por la intercesión del santo.

En el Chicago Stadium, los espectadores vieron la peculiar figura de un hombre en larga túnica café gritando “¡Ve y trabaja, Ray! ¡Ve y trabaja!” en un asiento atrás de la esquina de Robinson. Era el padre Jovian.

El trueno de gancho izquiedo que Sugar Ray acertó en el quinto round fue para estudiar por su eficiencia. Fue preparado desde el retiro, noqueando a Fullmer, y es recordado quizá como el golpe más perfecto jamás lanzado. Así empezó su cuarto reino en el trono mediano y confirmó su estatus como uno de los gladiadores más grandes de la historia.

Mientras la multitud vaciaba el Chicago Stadium y los buenos deseos llenaban el vestidor, un reportero notó que una especie de dicha cubría al nuevo campeón. “Le agradas a alguien allá arriba,” dijo el reportero.

“Así es,” dijo Sugar Ray, mirando arriba. “Él me rodea con sus brazos.”





[1] En el original: “savage science”, traducido así para contraponer con la expresión “noble arte”, como se llama al boxeo en español, en inglés se le llama "sweat science", es decir, ciencia dulce. 





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